Por patagoniasur | 15 de noviembre de 2019 | 0 comentarios

Ya sabéis que en esta tierra donde la libertad se fragua en los vientos, en la cornisa de esas letrillas que se levantan cada año a despertar o ensalzar a su pueblo, a hacer fiesta de la calumnia y la burla, a aguijonear a aquellos que atentan contra las libertades y la democracia, este año 2020, tendremos por
Dios Momo a Manolín Santander, un chaval que nació en la cuna de la chirigota y que bajo la vigilia de su padre, empezó a destilar la magia de ese aire clandestino de la tierra y de la letra, del que jura batalla al opresor y al miedo.
Por desgracia, este año 2020, nuestro
Carnaval de Cádiz no contará con dos de sus figuras más emblemáticas, dos personas que año tras año fueron dejando parte de su legado en modo de arquetipos, letras y música variadas en sus repertorios, siempre cánticos a la ciudad, a sus ideas, a un modo personal de entender el mundo y sus disfraces.
Momo representa el final de una fiesta y da entrada a la Cuaresma y este acto simbólico recoge la historia de cada agrupación, sus sacrificios, la ilusión desparramada en los rincones de una ciudad que se vuelca en ensayos para dar lo mejor de sí mismas en el Carnaval de Cádiz.
Posiblemente tanto
Juan Carlos Aragón como
Manolo Santander se encuentren allá, amigos como eran en el filo de esta tierra, unidos por una pasión, se encuentren digo, quizás, a la entrada siempre de ese templo coronado por la risa y la burla sin par, por la autocrítica, por el humor escanciado en finas flechas, armas que de las letras emanan para tomar conciencia del poder de los pueblos, de su soberanía y de esa riqueza que los une ante el invasor.
Momo es burla, picaresca, sarcasmo, agudeza irónica y según la mitología griega era el dios de los escritores y poetas. Audaz y crítico fue expulsado del Monte Olimpo, quizás porque entre tantos dioses se perdió la perspectiva del hombre, del corazón humano que yace en la frontera del absurdo y quizás, digo, desde esa discordia universal hubiera partido para encauzar un destino más natural y ligado a los hombres.
Momo está en el Carnaval de Cádiz y su fuego no se extingue por mucho que lo veamos quemar. Sus pregones dejan en el aire la savia de los que vienen, el recuerdo de los que estuvieron y siempre ese olor que es la quema de una fiesta que abraza la vida, el crujido latente de un pueblo que dinamita su esencia en esas semanas de Carnaval, de jolgorio en las calles, de asombro para los que visitan la ciudad y para toda esa ingente cantidad de fieles que cada año se acercan más y más a ese Cádiz que resplandece como una estrella en mitad de la noche oscura.
Momo está entre nosotros, en nuestra gente, en ese ritual de poner orden en el sacro monte de la locura y los despropósitos. Porque Momo en realidad somos todos aunque muchos no seamos capaces de entender el crisol de su locura.